domingo, 2 de noviembre de 2008

He descorchado la botella del aniversario
sentado al gris y acompañado de fotografías,
no me he atrevido a eliminar el polvo que la cubre:
temo desabrigarte y que enfermes por mi culpa.

Se han agrietado, como campo sin lluvias, las copas
del borde mismo a la garganta ya hundida y reseca,
no, no han flotado las palabras alrededor del vino,
altura intacta de ojos en llama y nieve a la luz
insomne y trémula de los almanaques de santos.

La espiral de silencio ha elevado el corcho hasta la cima
y en un vertiginoso atropello de los sentidos
se ha derretido paulatinamente el iceberg:
en las orillas de mi piel agreste han recalado
las aguas nuevas, y el incienso que se extiende ahora
sobre la escena, se transforma de repente en prueba.

Aquí en este sacrílego momento yo te invoco
y derramo la sangre sobre nuestra mesa efímera
con la inteción absurda de sorberla con los labios
y proclamar solemne mi embriaguez en las iglesias
vociferando Amor tu nombre impío, y repartiendo
los cuerpos a los hombres en señal inequívoca
de resucitar a los placeres de la carne y el mundo.

No hay comentarios: