Era niño y llovía mucho,
la humedad nos hirió los campos
y las hambres la propia estima,
de enfermedades contagiosas
se nos llenaron las escuelas,
los patios y los viejos sueños;
el llanto y las anginas rojas,
los mocos y la pus pajiza
nos dibujaban en el rostro
eléctricas sonrisas blancas
sabor amargo de acuarela.
Y desde las oblicuas tardes
de anaranjado sol pomelo
caían chispas de la fragua
como ojos de lechuza muerta.
Hablaba poco y meditaba
sobre la cumbre helada y libre
de los lúgubres campanarios
que ofrecía la iglesia amable,
pero a poco que el vuelo raso
continuara los ecos duros
de la infame conciencia gris,
mil llamaradas de colores
legitimaban el arcoiris
del firmamento anubarrado.
Y se hizo la tormenta negra,
como un presagio en libro abierto,
por enfriamiento prematuro
de la esperada pubertad.
la humedad nos hirió los campos
y las hambres la propia estima,
de enfermedades contagiosas
se nos llenaron las escuelas,
los patios y los viejos sueños;
el llanto y las anginas rojas,
los mocos y la pus pajiza
nos dibujaban en el rostro
eléctricas sonrisas blancas
sabor amargo de acuarela.
Y desde las oblicuas tardes
de anaranjado sol pomelo
caían chispas de la fragua
como ojos de lechuza muerta.
Hablaba poco y meditaba
sobre la cumbre helada y libre
de los lúgubres campanarios
que ofrecía la iglesia amable,
pero a poco que el vuelo raso
continuara los ecos duros
de la infame conciencia gris,
mil llamaradas de colores
legitimaban el arcoiris
del firmamento anubarrado.
Y se hizo la tormenta negra,
como un presagio en libro abierto,
por enfriamiento prematuro
de la esperada pubertad.
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